El último monarca inglés muerto en una batalla, que reinó durante sólo dos años, y que a lo largo de cinco siglos ha sido considerado el peor y más malvado rey en la historia de Inglaterra, tuvo una vida muy agitada. Sus restos mortales tampoco han descansado en paz, y después de numerosas vicisitudes, parece que han sido encontrados.
Pese a sufrir un defecto físico que hacía a uno de sus hombros más alto que otro, Ricardo III (1452–1485), último rey de la dinastía de los Plantagenet, fue un consumado guerrero. Así lo indican las crónicas que describen también cómo luchó hasta su último aliento, matando a múltiples adversarios, en la batalla donde al final sucumbió, batalla que a menudo ha sido recreada en la literatura y el cine como un arquetipo del enfrentamiento entre el Bien y el Mal. Se considera que esa contienda entre el ejército de Ricardo III y el de su oponente aspirante al trono, Enrique VII, de la dinastía Tudor, último rey inglés en ganar el trono en el campo de batalla, marcó, en Inglaterra y alrededores, el final de la Edad Media y el inicio de la Edad Moderna, con el despegue definitivo del Renacimiento en la zona. En ese sentido y contexto geográfico, es inevitable la visión romántica de Ricardo III como El Último Rey de los Oscuros Tiempos Medievales, y de Enrique VII como El Primer Rey del Renacimiento.
Friso que probablemente estaba emplazado en el espacio destinado al Coro de la Capilla, donde se enterró a Ricardo III. Foto: University of Leicester.
Ricardo III, representado en el cine con películas como la protagonizada por Laurence Olivier en 1955, quien le encarnó siguiendo la versión mitificada que del rey hizo William Shakespeare, ha sido una figura inevitablemente marcada por la polémica.
Esa polémica deriva sobre todo de que, aparte de los hechos históricos probados, a Ricardo III se le atribuyen muchas maldades, en especial desde las páginas de la historia escritas por sus adversarios. Su mala fama entre los partidarios de Enrique VII hizo que tras su muerte sus restos mortales no gozasen de una sepultura a la altura de la otorgada a otros reyes, y es fácil imaginar que bastantes personas habrían querido borrarle de la historia y eliminar toda huella de su paso por el mundo, incluyendo sus restos mortales.
Habiendo caído en el olvido el emplazamiento de la tumba de Ricardo III, y existiendo sólo unas pocas pistas documentales, en 2009 la escritora y guionista Philippa Langley, miembro de la Richard III Society (Sociedad Ricardo III), una organización dedicada al estudio histórico de este rey maldito y marginado, comenzó a impulsar la búsqueda de los restos mortales del monarca, recibiendo el apoyo de la Universidad de Leicester, en el Reino Unido, gracias en buena parte a las gestiones de Richard Taylor de dicha universidad.
El arqueólogo Richard Buckley, de la Universidad de Leicester, encabeza el grupo de expertos que durante tres años se ha esforzado por encontrar lo que muchos consideran una oportunidad de profundizar en la historia de ese rey y en las circunstancias de su muerte mucho más de lo que ha sido posible hasta ahora. Muy a menudo, la moderna ciencia forense puede extraer datos allá donde antes nadie pudo encontrar nada, y algunos eruditos opinan que lograr hacer un análisis a fondo de los restos mortales de Ricardo III con la tecnología actual podría conducir a tener que reescribir algunas páginas de la historia que han sido consideradas verídicas durante cinco siglos y probablemente suavizar la mala fama del rey, alimentada por los vencedores de la guerra que él y su bando perdieron.
Desde septiembre de 2012, la búsqueda de los restos mortales del tenebroso monarca, ha entrado en una nueva y emocionante fase. Las excavaciones en las ruinas sepultadas de la antigua Abadía de Greyfriars en Leicester, donde, según algunas crónicas, fue finalmente sepultado Ricardo III, sacaron a la luz un esqueleto que presenta muchas coincidencias con la anatomía de Ricardo III y con las circunstancias de su muerte. Ya se trabaja en análisis muy detallados de ADN del esqueleto, cuyos resultados se compararán con la mejor referencia actualmente disponible, Michael Ibsen, un hombre del que, tras trabajosas indagaciones en archivos y otras pesquisas, se cree con bastante certeza que es descendiente de una hermana de Ricardo III, y que ha aceptado someterse a las pruebas de ADN. El entorno familiar de Ibsen también puede ser de gran ayuda para estos análisis comparativos.
Detalle de la excavación. Foto: University of Leicester.
El esqueleto fue encontrado bajo lo que se cree que fue el espacio para el coro en la capilla. Está casi completo, aunque los pies fueron destruidos en algún momento desconocido del pasado. El estado de la materia ósea es moderadamente bueno. A juzgar por la posición de los huesos cuando el esqueleto quedó a la vista por vez primera, el cuerpo no fue movido desde que se le sepultó allí. Hay indicios de que se le amortajó, aunque no quedan ya vestigios del sudario.
Los cinco siglos que el esqueleto ha permanecido enterrado no han estado exentos de perturbaciones y peligros. Tras el derribo del edificio original y hasta el hallazgo en 2012 de la tumba en la zona de un aparcamiento de automóviles, el lugar ha conocido infinidad de cambios en la superficie, e incluso bastantes en el subsuelo. Por ejemplo, en el siglo XIX las labores de construcción de un edificio acarrearon excavar en el sitio donde está la tumba. Tal como se ha constatado ahora, ello pudo haber destruido la sepultura y su contenido, o quizás, con suerte, conducir a su hallazgo. Ni lo uno ni lo otro sucedió, y los cimientos de ese edificio victoriano llegaron hasta unos 30 centímetros del esqueleto.
La exhumación de los restos mortales y su estudio inicial, con la participación destacada de Turi King, Jo Appleby, Matthew Morris, Lin Foxhall y John Ashdown-Hill, han revelado prometedoras coincidencias con lo que cabría esperar de Ricardo III:
Para empezar, el área del coro es la indicada en ciertas crónicas históricas como el punto donde se enterró a Ricardo III.
Baldosa del siglo XIV que formó parte del pavimento de la antigua Abadía de Greyfriars. Foto: University of Leicester.
El esqueleto parece corresponder a un hombre adulto que sufrió heridas importantes poco antes de su muerte. Estas heridas, aunque no necesariamente tuvieron que ser fruto del combate en una batalla, sí encajan con ese escenario. Un instrumento cortante y contundente parece ser la causa de una hendidura en la parte trasera del cráneo. En el esqueleto también se encontró una punta de flecha entre vértebras de la parte superior de la espalda. Si el cuerpo es el de Ricardo III, se sabrá cómo exactamente le mataron en la Batalla de Bosworth.
La columna vertebral del esqueleto presenta una fuerte deformidad típica de la escoliosis. En esencia, las personas con escoliosis tienen la columna vertebral torcida hacia un lado. No se trata del encorvamiento que da lugar a lo que vulgarmente se conoce como "joroba". Los análisis preliminares indican que el sujeto, aunque no sufría de atrofia en ningún brazo, padeció una escoliosis en grado severo, que debió hacer que un hombro fuese claramente más alto que el otro. Esto concuerda con descripciones de Ricardo III hechas en su época y difiere de otras hechas posteriormente.
Retrato de Ricardo III. Foto: The Dean and Chapter of Leicester.
Pese a la severa deformidad exhibida por el esqueleto, el individuo fue en vida un hombre fornido y activo, a quien su discapacidad no le impedía hacer cosas para las que se necesita estar en muy buena forma física, como por ejemplo combates a espada. Esto encaja con la notable capacidad de lucha física descrita en algunas crónicas sobre Ricardo III, incluyendo las de su batalla final, sobre la que se cuenta que, lanzándose al ataque él mismo y su guardia personal en un intento de alcanzar al caudillo del bando contrario, luchó con destreza y bravura, adentrándose en las líneas enemigas hasta llegar muy cerca de Enrique VII, y abatiendo a múltiples adversarios antes de caer muerto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario